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Alienación parental: cuando el dolor se traslada a los hijos (psicólogo Majadahonda)

Alienación parental: cuando el dolor se traslada a los hijos (psicólogo Majadahonda)

¿Alguna vez, en medio de una separación o conflicto con tu expareja, has hablado mal del otro progenitor delante de tu hijo? ¿Has sentido la tentación de pedirle que “elija”? No estás solo/a: muchos padres y madres actúan movidos por el dolor, el miedo o la rabia. Sin embargo, cuando un adulto empuja a un menor a rechazar injustificadamente a su otro progenitor, el niño paga un precio alto en su bienestar emocional y en su salud mental. Este texto te invita a mirar este tema con honestidad, a distinguir algunos matices importantes y a dar pasos concretos para proteger a tus hijos, incluso cuando estás herido/a.

Nota importante: el término “síndrome de alienación parental” es controvertido y no aparece como diagnóstico en la clasificación internacional actual. La OMS no incluye “alienación parental” en la ICD-11; en su lugar, habla de “problema de relación cuidador-niño”, una categoría clínica que permite atender la dificultad sin convertirla en un “síndrome”.

1) ¿Qué es y qué no es la alienación?

Qué es.
Es un conjunto de comportamientos que, gota a gota, van erosionando la relación del menor con su otro progenitor: descalificaciones, impedir o boicotear contactos, convertir al niño en confidente, interrogarle tras cada visita o premiar su rechazo. Estos actos no solo informan: modelan cómo mirar al otro y al propio mundo. Organismos como Cafcass describen estas “conductas alienantes” y su potencial para dañar el vínculo.

Qué no es.
No debemos confundirlo con situaciones donde el rechazo del menor sí está justificado por maltrato, abuso o miedo real. Cuando hay riesgo, el foco debe ponerse en la seguridad y en el interés del niño por encima de todo. Las guías conjuntas de NCJFCJ y AFCC recomiendan evaluar cuidadosamente el contexto antes de hablar de alienación.

Además, asociaciones profesionales como APSAC advierten contra usar el histórico “síndrome” como etiqueta diagnóstica o como argumento que invisibilice denuncias de violencia. La prioridad siempre es escuchar al menor y protegerle.

Una idea clave.
La alienación se teje en lo cotidiano: una mueca, una ironía, un “ya te lo contará tu padre”, un “tú sabrás”. Cada hilo parece insignificante; juntos, forman un relato que separa.

2) ¿Cómo afecta al desarrollo emocional?

Para un niño, amar a dos personas en conflicto es como vivir con el corazón dividido. Los niños, niñas y adolescentes atrapados en lealtades imposibles suelen mostrar ansiedad, tristeza, culpa, rabia y confusión. La investigación científica describe pérdidas profundas: del vínculo con uno de los progenitores, de la historia familiar compartida y de la libertad para sentir y pensar por sí mismos.

Estudios recientes proponen considerar estas experiencias entre las adversidades infantiles por su asociación con mayor malestar psicológico.

La buena noticia es que la reparación es posible. Cuando la familia adopta una mirada de “equipo de crianza” y se reduce la descalificación, los menores recuperan seguridad y disminuyen síntomas. Las guías prácticas insisten en evaluar cada caso con sensibilidad evolutiva y cultural, sin atajos ni etiquetas que eclipsen lo que de verdad ocurre.

Lo que vive un niño por dentro.

  • Siente que querer a uno traiciona al otro.
  • Aprende que el afecto puede exigirle renunciar a una parte de sí.
  • Intenta proteger a un adulto herido, cargando con lo que no le corresponde.
  • Pierde matices: pasa del gris al blanco o negro, porque así duele menos.

3) ¿Cómo se gesta… a veces sin darnos cuenta?

En consulta observamos dinámicas que, sumadas, empujan al menor a elegir bando:

  • Comentarios despectivos (“tu padre/madre es…”) o ironías delante del menor.
  • Limitar contactos, cambios de última hora o usar el tiempo con el niño como moneda de cambio.
  • Hacer del hijo un espía o confidente de temas de adultos.
  • Preguntar de forma inquisitiva tras cada visita.
  • Recompensar (con atención o regalos) cuando el menor rechaza al otro.

Casi nunca nacen de la maldad: suelen brotar del duelo de la ruptura, del miedo a perder a los hijos o de heridas de pareja aún abiertas. Reconocerlo no te culpabiliza; te da poder para cambiar. A veces el primer acto de amor es retirarte de la batalla y dejar de pedir a tu hijo que te sostenga.

3.1) Ejemplo práctico: aparece una nueva pareja y el niño queda en medio

Sofía tiene 9 años. Pasa semanas alternas con su padre. Hace unos meses él inició una relación con Marta. Marta cuida de Sofía con respeto: ayuda con los deberes, prepara su merienda favorita y, cuando hay normas distintas a las de casa de mamá, lo habla con calma. No compite; acompaña.

La convivencia funciona… hasta que el conflicto entre los adultos se reaviva. Desde el dolor de la ruptura, la madre empieza a lanzar mensajes envenenados delante de la niña: “Ahora tu padre tiene otra familia”, “Ya verás cómo te deja de lado”, “A Marta le molesta que vengas”. Sofía, que se siente leal a su madre, comienza a rechazar las visitas y a decir que no quiere estar con su padre “porque tiene novia”.

Aquí el problema no es Marta (que trata bien a la niña), sino la narrativa que parte de la herida adulta y coloca a Sofía en un callejón sin salida: si disfruta con su padre y con Marta, traiciona a su madre; si se queda con su madre, pierde a su padre. El amor se le vuelve una suma de pérdidas.

Cómo actuar para proteger a Sofía:

  • El padre valida el malestar de la madre sin entrar en reproches y se compromete a una comunicación adulta (mensajes breves, logísticos y respetuosos).
  • Explica a su hija, con claridad y sin defensas: “Marta no sustituye a nadie. Tener pareja no cambia cuánto te quiero. El amor no se reparte: se multiplica.”
  • Mantiene tiempos exclusivos con Sofía (sus rituales de siempre) para que la niña sienta continuidad, y presenta los espacios compartidos con Marta de forma gradual y flexible.
  • Si la descalificación persiste, propone mediación o terapia familiar para bajar la tensión. Si surgiera riesgo, prioriza la seguridad y pide orientación especializada.

Este tipo de intervención devuelve a la niña un mensaje esencial: no tiene que elegir. Puede querer a su padre, a su madre y llevarse bien con la nueva pareja sin traicionar a nadie.

4) Señales de alerta por edades

  • Infancia (6–11): quejas somáticas (dolor de tripa), frases adultizadas (“no quiere pagar”), rechazo rígido sin matices.
  • Adolescencia: discurso en blanco y negro, hostilidad desproporcionada, cortar todo contacto “para siempre”.
  • En familia: reuniones imposibles, triangulaciones (“díselo tú a mamá”), secretos y alianzas.
  • En la pareja parental: conversaciones que siempre terminan en reproches, uso de los hijos como mensajeros.

Si te reconoces en alguna, es buen momento para pedir ayuda psicológica. Llegas a tiempo.

Pautas y estrategias para el bienestar relacional

Regla de oro.
Delante de tus hijos, habla del otro progenitor con respeto. Si hoy no puedes, elige el silencio y busca apoyo.

Puertas abiertas.
Facilita el contacto con el otro cuando es seguro. Los niños necesitan a sus figuras de referencia.

Comunicación adulta, no infantil.
Evita convertir al menor en mensajero o confidente. Usa email o apps de coparentalidad. Mensajes breves, con datos y sin reproches.

Palabras que ayudan.
“Tu madre y yo pensamos distinto, y está bien que la quieras y disfrutes con ella.”
No tienes que elegir. Puedes querer a los dos.”

Calendario claro.
Pacta horarios y transiciones previsibles. Menos incertidumbre = menos ansiedad.

Cuidar el conflicto.
Si hay violencia o miedo, prioriza la seguridad y busca orientación profesional y jurídica especializada.

Micro-hábitos semanales.

  • Un elogio explícito sobre el otro progenitor delante del niño.
  • Una transición (entrega/recogida) en calma y sin reproches.
  • Un mensaje informativo, breve y respetuoso al otro adulto.

Preguntas para tu auto-reflexión

  • ¿He dicho algo del otro progenitor que mi hijo no necesitaba escuchar?
  • ¿Uso el tiempo de visitas para castigar o negociar?
  • ¿Dejo que mi hijo exprese todos sus sentimientos, incluso los que a mí me duelen?
  • ¿Qué parte de mi dolor como expareja estoy colocando sobre los hombros de mi hijo?
  • ¿Qué pequeño gesto de reparación puedo hacer esta semana?

Conclusión

La alienación no se resuelve con etiquetas, sino con responsabilidad adulta y una mirada centrada en los menores. Separarse duele; usar a los hijos como escudo o arma les hiere. Si te has visto reflejado

Escrito por Rebeca Carrasco García
Psicóloga general sanitaria

 

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