Cuando más sufrimos, más herimos: cómo el dolor puede alejarnos.
A veces, cuando el alma duele —como duele un hueso roto o una herida abierta—, acabamos lastimando justo a quienes más nos quieren. Este artículo habla de ese fenómeno silencioso, de la culpa que nos araña, de la vergüenza que nos paraliza… y de cómo un espacio terapéutico puede ser una brújula para empezar a reparar. Una reflexión para quienes sufren, y sienten dolor. Y también para quienes cuidan.
¿Por qué, cuando más necesitamos amor, más daño hacemos?
Hay momentos en los que el dolor nos nubla la vista como una tormenta de verano. Nos arrastra, nos aísla. Cuando estamos atrapados en una depresión, en una enfermedad crónica, en un enfado que no sabemos descifrar, perdemos la capacidad de mirar al otro con claridad. Nos volvemos torpes emocionalmente. Y sin darnos cuenta —o sin poder evitarlo— empezamos a empujar lejos a quienes más cerca están.
Parejas, hijos, padres, amigos… Personas que quieren ayudar y acaban, muchas veces, agotadas o heridas.
Cuando el dolor mental empaña el vínculo
En algunos cuadros psicológicos —depresiones profundas, trastornos de personalidad, traumas de infancia— el otro no se percibe como alguien con sus propios límites, emociones o derechos. Se siente como una extensión del malestar propio, como un espejo en el que no queremos mirarnos.
Y entonces aparece el reproche, el control, el silencio que castiga. No porque no se quiera al otro, sino porque no se puede registrar su existencia como separada. El dolor ocupa tanto espacio que no deja sitio para nadie más.
Y el que cuida, que lo hace desde el amor, empieza a desgastarse… hasta que ya no puede más.
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Cuando el cuerpo enferma… también enferman los vínculos
Esto no solo ocurre con la salud mental. Cuando el cuerpo duele, la dinámica también puede volverse injusta sin que nadie lo desee.
Una enfermedad crónica, una dolencia persistente o una limitación física pueden volver a alguien más dependiente. Es natural necesitar cuidados. Pero cuando esta necesidad se vuelve permanente o se entrelaza con el miedo, puede aparecer una forma sutil de poder: la del enfermo sobre su cuidador.
No porque lo planifique. No porque quiera dañar. Sino porque el miedo, la rabia o la desesperación lo desbordan. Y entonces, quien acompaña empieza a sentirse invisible.
Prevenir es también amar
Hay una verdad que suele doler pero que libera cuando se entiende: cuidarse no es solo por uno mismo. Es también por quienes te aman.
Ir al médico, hacer ejercicio, dejar hábitos dañinos o pedir ayuda psicológica no son gestos egoístas. Son formas concretas de decirle al otro: «No quiero que tengas que dejar tu vida para sostener la mía.»
La chispa que duele… y despierta
En medio del caos, a veces surge una chispa. Un momento de lucidez como un faro en la niebla.
«Creo que estoy siendo injusto.»
«No estoy tratando bien a quien me ayuda.»
«No sé cómo hacer esto sin hacer daño.»
Ese destello puede ser incómodo, pero es una oportunidad. Porque cuando llega esa sospecha —aunque duela—, también aparece una posibilidad de cambio. Lo difícil es sostenerla sin huir.
La vergüenza aparece rápido. Nos susurra que somos malas personas. Que no merecemos ayuda. Que es mejor callar.
Pero no lo es.
Vergüenza, culpa… y el inicio del camino
Aceptar que uno hiere cuando sufre es como mirarse en un espejo empañado. No se ve todo con nitidez, pero algo se intuye. Y aunque duela, es más sano atravesar una vez la vergüenza que vivir atrapado en el enfado o el aislamiento.
La terapia no es un juicio. No es un tribunal que dicta sentencias. Es un espacio donde se puede llorar sin pedir perdón, donde se puede hablar de la oscuridad sin miedo a que se apague la luz.
Es un lugar para entender. Para cuidar lo roto. Para mirar con ternura las propias heridas, y también las que hemos causado.
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Ir a terapia no es egoísmo: es generosidad
Porque cuando tú te haces cargo de ti, estás cuidando también a quienes más quieres. Estás diciendo, sin palabras:
«No quiero que te quemes por intentar salvarme.»
«No quiero que te pierdas por encontrarme.»
«Estoy haciendo algo para que tú no tengas que hacerlo por mí.»
Y eso, en el fondo, es amor. Del más profundo. Del que repara.
Escrito por Rebeca Carrasco García
Psicóloga y psicoterapeuta relacional.
Si tú o alguien a quien quieres siente dolor o está viviendo algo de esto, en Self psicólogos, en Majadahonda, podemos acompañaros. No hace falta tenerlo todo claro para empezar. Solo hace falta un primer paso.

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Referencias científicas:
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Greenberg, L. S., & Pascual-Leone, A. (2006). Emotion in psychotherapy: A practice-friendly research review. Journal of Clinical Psychology, 62(5), 611–630. https://doi.org/10.1002/jclp.20252
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Monin, J. K., & Schulz, R. (2009). Interpersonal effects of suffering in older adult caregiving relationships. Psychology and Aging, 24(3), 681–695. https://doi.org/10.1037/a0016355